Alguien dijo alguna vez que los
viernes eran los mejores días de la semana. Este debe ser la excepción a toda
regla.
Estudiantes de La Plata perdió,
en condición de local, por Copa Libertadores, frente a Atlético Nacional de
Medellín (Colombia): fue un uno a cero que complica muchísimo las aspiraciones
del equipo de pasar a los octavos de final (para lograrlo deberá ganar en
Guayaquil, ante un visiblemente recuperado Barcelona de esa ciudad o empatar
esperando que haya un ganador entre Atlético Nacional y Libertad de Paraguay,
quienes jugaran el mismo día, a la misma hora).
Pero al dolor que supone toda
derrota, se le suma la desilusión, la contrariedad, la desesperanza por la
manera en que el equipo de Pellegrino cayó ante el de Osorio. Y aquí, creo
necesario, para el análisis, dividir el partido en dos, coincidiendo con las
dos etapas que tiene todo partido de fútbol.
En el primer tiempo, Estudiantes
de La Plata salió con todo: decisión, presión, empuje. Se veía un equipo
mentalizado, con un libreto claro y con determinación. El DT repitió el esquema
utilizado contra Racing (3 centrales –con la salvedad de que esta vez fue
Shunke el hombre libre y Domínguez se ubicó por derecha-, 2 carrileros, 1
mediocentro, 2 interiores y 2 delanteros) y los jugadores respondieron: Sánchez
Miño era el eje del ataque, tocaba de primera profundo; Jara acompañaba con mas
ganas que claridad; Rosales y Pereira aportaban profundidad por las bandas
(aunque, con el respeto que me merece, Rosales no estuvo a la altura del
partido); Cerutti, siempre picante; Guido (visiblemente en inferioridad física)
metido en el área, buscando el gol. En esos primeros cuarenta y cinco minutos,
el equipo generó la mejores situaciones de gol del partido: Carrillo tuvo dos
muy claras (una corrida en donde termina cayéndose solo y la ultima del primer
tiempo, clarísima, que se va por encima del travesaño) y otras dos bastante
buenas (sendos cabezazos sin la potencia necesaria). Mas no fueron solo esas
cuatro ocasiones: hubo un par de situaciones adicionales que pudieron convertirse en
gol, pero no se llegaron a concretar. El equipo generaba juego, era profundo y
asumía el protagonismo del partido.
Sucede que el fútbol tiene dos
partes: atacar y defender. Estudiantes de La Plata, en ese primer tiempo, atacó
bastante bien (sin ser preciso en la puntada final, detalle no menor) y
defendió mal: el rival dispuso de dos jugadas claras de gol y una fue adentro
(las dos por el mismo sector, la zona interior izquierda de la defensa). Y
muchos dirán “fue mala suerte”. Si
para ustedes, que Gil no corte en el medio a tiempo, que Desabato salga a
buscar al delantero al centro del campo, innecesaria y descoordinadamente, y
que Shunke no acelere la marcha para llegar mejor parado al remate es producto
de la mala suerte, el gol fue mala suerte. Permítanme disentir: uno tiene que
hacer muchas cosas bien como para atribuir el desenlace del destino a la suerte
(buena o mala). El día que defendamos bien y ese gol sea gol, entonces me
sumaré a la explicación a partir de la suerte. Mientras haya cuestiones por
corregir (horrores de concepto de jugadores con cientos de partidos en primera,
por ejemplo), me permito dejar a la suerte a un costado (el desvío es la ultima
escena de la obra de terror).
Con todo, ese primer tiempo terminaba
con la preocupación del resultado y la esperanza de que, jugando así, era realmente
probable revertirlo.
“¿Jugamos con 5 defensores? Hay que salir a ganar”
En el fútbol, en especial en el
argentino, el ataque esta sobrevalorado y las razones son variadas: se supone
que un equipo que ataca es un equipo mejor. Se parte de la falacia que plantea
que “se juega como se vive”. El futbol no es la vida, el futbol es un juego, un
deporte profesional, en este caso. Entonces, creer que se es digno porque se
ataca a cualquier precio o se es honesto con supuestos valores morales y éticos
porque solo miramos el arco de enfrente, despreciando de manera vil el plano
defensivo, es mezclar cualquier cosa con cualquier cosa.
Durante la previa del partido, se
escucho mil veces esta frase “Pellegrino, no podes poner cinco defensores: HAY
QUE SALIR A GANAR”...
Sinceramente, ¿alguien piensa que
Pellegrino salió a perder? El punto es que se confunde salir a ganar con salir
a atacar. Y aquí, la segunda falacia “si sumas gente con vocación ofensiva vas
a ganar”. No hace falta que repasemos formaciones como el Grecia que ganó la
Eurocopa o cualquiera de los equipos italianos que levanto la Copa de Mundo. Y
si nos venimos mucho mas para acá, hubo un equipo que salió campeón en 2010 con
cinco defensores y un centrodelantero que en realidad no lo era. Lo
verdaderamente importante es encontrar la mejor manera para ganar: quizá, en algún
momento, poner cinco defensores nos acerca mas a ganar que ubicar a cinco
delanteros. Atacar no es sinónimo de ganar. Defender no es sinónimo de falta de
audacia: el punto es cómo se defiende y cómo se ataca.
Inentendiblemente para quien
escribe, Pellegrino movió demasiadas piezas en el tablero. El cambio de Acosta
por Rosales estuvo muy bien pensado: al equipo le faltaba ese último toque que
Acosta tranquilamente podría aportarle (finalmente el chiquilín no fue LA solución.
Y era algo previsible, nadie, por si solo, soluciona nada en un deporte de
conjunto. No perdimos por Acosta, no ganamos porque Acosta y sus compañeros no
funcionaron. ¿Quién será el próximo Acosta?). Pero ¿Por qué cambiar el esquema? ¿Por
qué dejar de lado una disposición táctica que había resultado en el primer
tiempo? ¿Por qué Domínguez de lateral derecho, Jara mas retrasado, Sánchez
Miño por banda izquierda (lugar que ya esta demostrado que no le sienta bien),
Cerutti tirado mas atrás por derecha? Solo Pellegrino lo sabe. Con dos
movimientos se podría haber sostenido la línea: Jara a la derecha por Rosales,
Acosta donde estaba jugando Jara. Todo lo demás, igual. No fue así.
Lo cierto es que con ese
dispositivo (4-2-3-1) el equipo no generó, ni por asomo, las situaciones que
ameritaba un segundo tiempo en el que perdía, de local, por Copa Libertadores.
Un tiro de Sánchez Miño, otro de Carrillo, algunas aproximaciones que, por la
imprecisión de los ejecutantes, no llevaron peligro al arco rival. La visita,
inteligentemente, se dedicó a defender su arco, entregando pelota y terreno a
Estudiantes, que no sabía que hacer con eso.
Auzqui por Gil y Román Martínez
por Domínguez fueron los siguientes cambios que dispuso el entrenador: más de
lo mismo. Estudiantes de La Plata acumulaba gente de mitad de cancha hacia
arriba como uno acumula puntos en la tarjeta de crédito: para nada (o para
canjearlo por un toallon berreta). Escaso de ideas, falto de pases punzantes,
sin un plan claro. Estudiantes de La Plata no estuvo a la altura del partido,
en ese segundo tiempo. Del partido, de la competición, de la historia de
Estudiantes de La Plata. En frente, vaya paradoja fatal del destino que parece
que se nos esta riendo a más no poder, estaba el verdolaga de Zubeldía, que
defendiendo y siendo efectivo (un gol en dos llegadas) se llevo lo que importa:
la victoria.
Mauricio Pellegrino insiste con
mostrarse fuerte y con ganas de revertir la situación. Los jugadores no
muestran signos de mejoría y, con ellos, el equipo en su conjunto. No se
vislumbra un plan, un rumbo a seguir, un camino de acción claro que nos lleve a
buen puerto: cuando parecía que había un esquema que podía resultar, el
entrenador lo cambia; cuando se necesitaba mayor compromiso y enjundia, los
jugadores se muestran apáticos, sin ni siquiera la energía para avasallar con
brutalidad al rival. Algo deberá cambiar. Alguien deberá tomar decisiones para
cortar con este momento y la continuidad del DT no parece ser, hasta ahora, la
solución (no digo que echarlo lo sea, pero algo debe cambiar, y rápido, para
que Pellegrino siga siendo el DT).
Estudiantes de La Plata se jugará
la última carta en Ecuador. Si gana, pasa. Si empata, quizás, también. Tendrán
que cambiar varias cosas para que el cuento termine con final feliz.
7 abrazos!
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