viernes, 10 de abril de 2015

Perder, Atacar, Ganar, Defender.

Alguien dijo alguna vez que los viernes eran los mejores días de la semana. Este debe ser la excepción a toda regla.

Estudiantes de La Plata perdió, en condición de local, por Copa Libertadores, frente a Atlético Nacional de Medellín (Colombia): fue un uno a cero que complica muchísimo las aspiraciones del equipo de pasar a los octavos de final (para lograrlo deberá ganar en Guayaquil, ante un visiblemente recuperado Barcelona de esa ciudad o empatar esperando que haya un ganador entre Atlético Nacional y Libertad de Paraguay, quienes jugaran el mismo día, a la misma hora).

Pero al dolor que supone toda derrota, se le suma la desilusión, la contrariedad, la desesperanza por la manera en que el equipo de Pellegrino cayó ante el de Osorio. Y aquí, creo necesario, para el análisis, dividir el partido en dos, coincidiendo con las dos etapas que tiene todo partido de fútbol.

En el primer tiempo, Estudiantes de La Plata salió con todo: decisión, presión, empuje. Se veía un equipo mentalizado, con un libreto claro y con determinación. El DT repitió el esquema utilizado contra Racing (3 centrales –con la salvedad de que esta vez fue Shunke el hombre libre y Domínguez se ubicó por derecha-, 2 carrileros, 1 mediocentro, 2 interiores y 2 delanteros) y los jugadores respondieron: Sánchez Miño era el eje del ataque, tocaba de primera profundo; Jara acompañaba con mas ganas que claridad; Rosales y Pereira aportaban profundidad por las bandas (aunque, con el respeto que me merece, Rosales no estuvo a la altura del partido); Cerutti, siempre picante; Guido (visiblemente en inferioridad física) metido en el área, buscando el gol. En esos primeros cuarenta y cinco minutos, el equipo generó la mejores situaciones de gol del partido: Carrillo tuvo dos muy claras (una corrida en donde termina cayéndose solo y la ultima del primer tiempo, clarísima, que se va por encima del travesaño) y otras dos bastante buenas (sendos cabezazos sin la potencia necesaria). Mas no fueron solo esas cuatro ocasiones: hubo un par de situaciones adicionales que pudieron convertirse en gol, pero no se llegaron a concretar. El equipo generaba juego, era profundo y asumía el protagonismo del partido.

Sucede que el fútbol tiene dos partes: atacar y defender. Estudiantes de La Plata, en ese primer tiempo, atacó bastante bien (sin ser preciso en la puntada final, detalle no menor) y defendió mal: el rival dispuso de dos jugadas claras de gol y una fue adentro (las dos por el mismo sector, la zona interior izquierda de la defensa). Y muchos dirán “fue mala suerte”. Si para ustedes, que Gil no corte en el medio a tiempo, que Desabato salga a buscar al delantero al centro del campo, innecesaria y descoordinadamente, y que Shunke no acelere la marcha para llegar mejor parado al remate es producto de la mala suerte, el gol fue mala suerte. Permítanme disentir: uno tiene que hacer muchas cosas bien como para atribuir el desenlace del destino a la suerte (buena o mala). El día que defendamos bien y ese gol sea gol, entonces me sumaré a la explicación a partir de la suerte. Mientras haya cuestiones por corregir (horrores de concepto de jugadores con cientos de partidos en primera, por ejemplo), me permito dejar a la suerte a un costado (el desvío es la ultima escena de la obra de terror).

Con todo, ese primer tiempo terminaba con la preocupación del resultado y la esperanza de que, jugando así, era realmente probable revertirlo.

“¿Jugamos con 5 defensores? Hay que salir a ganar”

En el fútbol, en especial en el argentino, el ataque esta sobrevalorado y las razones son variadas: se supone que un equipo que ataca es un equipo mejor. Se parte de la falacia que plantea que “se juega como se vive”. El futbol no es la vida, el futbol es un juego, un deporte profesional, en este caso. Entonces, creer que se es digno porque se ataca a cualquier precio o se es honesto con supuestos valores morales y éticos porque solo miramos el arco de enfrente, despreciando de manera vil el plano defensivo, es mezclar cualquier cosa con cualquier cosa.

Durante la previa del partido, se escucho mil veces esta frase “Pellegrino, no podes poner cinco defensores: HAY QUE SALIR A GANAR”...

Sinceramente, ¿alguien piensa que Pellegrino salió a perder? El punto es que se confunde salir a ganar con salir a atacar. Y aquí, la segunda falacia “si sumas gente con vocación ofensiva vas a ganar”. No hace falta que repasemos formaciones como el Grecia que ganó la Eurocopa o cualquiera de los equipos italianos que levanto la Copa de Mundo. Y si nos venimos mucho mas para acá, hubo un equipo que salió campeón en 2010 con cinco defensores y un centrodelantero que en realidad no lo era. Lo verdaderamente importante es encontrar la mejor manera para ganar: quizá, en algún momento, poner cinco defensores nos acerca mas a ganar que ubicar a cinco delanteros. Atacar no es sinónimo de ganar. Defender no es sinónimo de falta de audacia: el punto es cómo se defiende y cómo se ataca.

Inentendiblemente para quien escribe, Pellegrino movió demasiadas piezas en el tablero. El cambio de Acosta por Rosales estuvo muy bien pensado: al equipo le faltaba ese último toque que Acosta tranquilamente podría aportarle (finalmente el chiquilín no fue LA solución. Y era algo previsible, nadie, por si solo, soluciona nada en un deporte de conjunto. No perdimos por Acosta, no ganamos porque Acosta y sus compañeros no funcionaron. ¿Quién será el próximo Acosta?). Pero ¿Por qué cambiar el esquema? ¿Por qué dejar de lado una disposición táctica que había resultado en el primer tiempo? ¿Por qué Domínguez de lateral derecho, Jara mas retrasado, Sánchez Miño por banda izquierda (lugar que ya esta demostrado que no le sienta bien), Cerutti tirado mas atrás por derecha? Solo Pellegrino lo sabe. Con dos movimientos se podría haber sostenido la línea: Jara a la derecha por Rosales, Acosta donde estaba jugando Jara. Todo lo demás, igual. No fue así.

Lo cierto es que con ese dispositivo (4-2-3-1) el equipo no generó, ni por asomo, las situaciones que ameritaba un segundo tiempo en el que perdía, de local, por Copa Libertadores. Un tiro de Sánchez Miño, otro de Carrillo, algunas aproximaciones que, por la imprecisión de los ejecutantes, no llevaron peligro al arco rival. La visita, inteligentemente, se dedicó a defender su arco, entregando pelota y terreno a Estudiantes, que no sabía que hacer con eso.

Auzqui por Gil y Román Martínez por Domínguez fueron los siguientes cambios que dispuso el entrenador: más de lo mismo. Estudiantes de La Plata acumulaba gente de mitad de cancha hacia arriba como uno acumula puntos en la tarjeta de crédito: para nada (o para canjearlo por un toallon berreta). Escaso de ideas, falto de pases punzantes, sin un plan claro. Estudiantes de La Plata no estuvo a la altura del partido, en ese segundo tiempo. Del partido, de la competición, de la historia de Estudiantes de La Plata. En frente, vaya paradoja fatal del destino que parece que se nos esta riendo a más no poder, estaba el verdolaga de Zubeldía, que defendiendo y siendo efectivo (un gol en dos llegadas) se llevo lo que importa: la victoria.

Mauricio Pellegrino insiste con mostrarse fuerte y con ganas de revertir la situación. Los jugadores no muestran signos de mejoría y, con ellos, el equipo en su conjunto. No se vislumbra un plan, un rumbo a seguir, un camino de acción claro que nos lleve a buen puerto: cuando parecía que había un esquema que podía resultar, el entrenador lo cambia; cuando se necesitaba mayor compromiso y enjundia, los jugadores se muestran apáticos, sin ni siquiera la energía para avasallar con brutalidad al rival. Algo deberá cambiar. Alguien deberá tomar decisiones para cortar con este momento y la continuidad del DT no parece ser, hasta ahora, la solución (no digo que echarlo lo sea, pero algo debe cambiar, y rápido, para que Pellegrino siga siendo el DT).

Estudiantes de La Plata se jugará la última carta en Ecuador. Si gana, pasa. Si empata, quizás, también. Tendrán que cambiar varias cosas para que el cuento termine con final feliz.

7 abrazos!







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