Antes de acumular palabras, siento la
necesidad de pedirles disculpas, de antemano, a los psicoanalistas, por la
osadía que supone el hecho de tomar algunos conceptos muy importantes que
desarrollan día a día en el ejercicio de su profesión. Haremos el intento de no
caer en inexactitudes graves que generen confusión.
El padre del Psicoanálisis, nos referimos a
Sigmund Freud, nos presenta un concepto fundamental para la teoría psicoanalítica:
la falta.
Para Freud, la falta es estructural y se
relaciona con la inexistencia del instinto en los seres humanos: las personas
(a diferencia de los animales) no tenemos instinto, ni ninguna otra cosa (tomémonos
la licencia de llamar “cosa” al instinto) que nos programe para satisfacer
nuestras necesidades.
En busca de esa pretensión por satisfacer
nuestras necesidades, el sujeto se topa con el otro (que son muchos otros) y no
sólo con el otro: también con su deseo que, a su vez, instaura nuestro deseo (a
partir de ese otro surgen nuevas necesidades).
¿Cuándo aparece la falta? Cuando nos damos
cuenta que la satisfacción nunca es completa, cuando queda un resto de insatisfacción en el sujeto (siempre falta
algo más) que, bajo la mirada freudiana, es inevitable. Pero lejos de que sea
algo negativo, es esa insatisfacción inevitable la que nos motoriza, nos
interroga y nos impulsa a movernos, buscar, desear, vivir. Si ya tenemos todo,
si ya no hace falta mas nada ¿de que sirve vivir?
Tiempo después, Jacques Lacan, complejiza el
concepto introduciendo al objeto como
causa del deseo. El sujeto imagina que ese objeto que falta lo completaría, lo
haría feliz, pero cuando lo tiene cae en la cuenta de que sigue insatisfecho (o
que lo completó momentáneamente, pero no es algo que perdure en el tiempo), por
lo cual buscará otro objeto de deseo. Es así que, la falta, podría encontrar
una solución (imaginaria, temporal) en aquello que hoy no se tiene o no se es,
pero, en cuanto se tiene o se consigue ser, la falta vuelve a aparecer.
“El que no juega
siempre es mejor que el que está adentro”.
Infinidad de veces hemos escuchado esta
frase. Y aquí es donde encontramos el punto de contacto entre el psicoanálisis y
el fútbol: el hincha es un eterno insatisfecho. La falta, como no podía ser de
otra manera si somos freudianos, aparece en el ámbito futbolístico.
Actualmente, una gran cantidad de hinchas de
Estudiantes de La Plata (no generalicemos y tampoco esta mal que esto ocurra,
muy por el contrario, ayuda a pensar y reflexionar) le han puesto nombre y
apellido a la falta: Luciano Acosta.
Con algunas apariciones (pocas, muy pocas,
pero frenéticas, picantes) el ex Boca comienza a ocupar el lugar de LA solución:
para muchos, LA solución al bajísimo nivel futbolístico del equipo de Mauricio
Pellegrino es la inclusión, desde el arranque del partido, del pibe Acosta.
El hincha, insatisfecho por el rendimiento
del equipo (y no tiene que ver con una insatisfacción desproporcionada o fuera
de lugar: el rendimiento es visiblemente flojo) considera que Acosta titular es
la respuesta a todas las preguntas y lo expone desde la certeza: “Acosta tiene
que jugar para que el equipo juegue mejor”. En este caso es Acosta, el punto es
que si no estuviera Acosta, sería otro. Y es necesario hacer la siguiente
aclaración: no estamos diciendo que Acosta no deba jugar, es más, opino que
merece más minutos en cancha, pero sí debemos decir que es un error creer que
Acosta es LA solución. Acosta es una solución, que puede ser la mejor, tal vez,
no lo sabemos, tampoco negamos que tenga cosas buenas para dar: Acosta es una solución
en tanto funcione dentro de un equipo de once jugadores (no nos olvidemos que
el fútbol es un deporte de conjunto). Pero, si Sánchez Miño y Jara sostienen,
durante un mayor tiempo, el pasaje del segundo tiempo contra Racing que le dio mayor
volumen de juego al equipo ¿Acosta seguirá siendo aclamado por la multitud? Si Pereira
y Aguirregaray (o Rosales) le brindan la profundidad por banda necesaria al
esquema y al equipo ¿seguiremos pensando en Acosta como LA solución?
Insisto, no estamos diciendo que Acosta no
debe entrar, al contrario, estamos diciendo que puede ser una solución (pero
una, no la única). Y si Acosta entra y el equipo mejora (gana) será porque el
pibe contribuyó (con el aporte relativo que cada uno determine) al equipo, se
ensambló a diez compañeros de una manera tal que derivó en éxito. ¿Y si no
resulta? Será un ejemplo mas de que “el que esta afuera siempre es mejor”.
Buscaremos a otro Acosta.
Planteado como LA solución, el pibe esta más
cerca de ser un buen ejemplo de Freud que un elemento a considerar para mejorar
el presente futbolístico.
7 abrazos!
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