Aclaración previa: considero honesto advertirle al lector que, si es de
aquellas personas que consideran una crítica como declaración de guerra contra
el destinatario de la misma, se ahorre el tiempo y deje de leer aquí mismo: no
le interesará leer argumentos y no me interesará dárselos. En este espacio se
marcan errores y aciertos de los diferentes actores, con la sinceridad y el
respeto que tienen los que quieren un Estudiantes de La Plata cada día más
grande.
Tendría que haberle preguntado el
nombre. Siempre es mejor ponerle nombre a las personas, a las situaciones, a
las decisiones. El caso es que tendría unos ocho años, quizás alguno más. Se
ubicó unos escalones arriba de quien escribe, con su papá, un hombre
evidentemente escapado, escasos minutos antes, de una de las tantas oficinas de
esta ciudad. En ningún momento voltee para mirarle la cara, pero tampoco hizo
falta: su voz, fresca, transparente, esperanzadora, no tenía otra alternativa
que corresponderse con una cara llena de ilusión, esa que todos llevamos a cualquier
estadio cada vez que juega Estudiantes de La Plata. Ilusión de ver a nuestro
equipo ganar, a nuestros jugadores dejar la piel, al cuerpo técnico pensando en
la manera que más nos acerque al triunfo.
Después de siete partidos, una
pretemporada cortada, una decena de refuerzos y dos salidas muy importantes,
Gustavo Matosas dejó de ser el entrenador del primer equipo. La salida del
uruguayo fue tan rápida como previsible: gran parte de las personas que ayer estábamos
en algún rincón del estadio, sabíamos que el ciclo Matosas era ese producto que
el almacenero le devuelve al proveedor para que se lo cambie porque está próximo
a vencerse o vencido.
¿Cómo se explica esto?
La elección de Matosas, a priori,
era arriesgada: un entrenador, con una fuerte personalidad y gustoso de la
exposición mediática, llegaba a comandar un plantel con varios caciques (algunos
de cotillón), un grupo de jóvenes y varios nuevos jugadores, ninguno con
demasiado cartel. Se quedaba dos años o se mataban a trompadas a los 2 meses…paso
lo segundo.
Un entrenador con más ganas de
hablar que de hacer, decidido a tomar decisiones muy importantes sin las
acciones como sustento. Sucede que para tomar decisiones importantes y no morir
en el intento, los integrantes del equipo (cualquiera sea, de cualquier
disciplina o ámbito) deben sentirse identificados con quien decide y eso, en
este caso, estuvo muy lejos de pasar.
Pero dejemos la facilidad de
caerle solo a Matosas a otros y tratemos de mirar más allá del árbol…
Juan Sebastián Veron quería que
Lucas Nardi fuera el sucesor de Nelson Vivas, quien dejó el puesto tras uno de
los mayores papelones futbolísticos de la historia del club (la única cabeza
que rodó fue la de Nelson, ningún jugador quedó fuera del nuevo ciclo). La
historia de Nardi es harto conocida. El deseo de la dirigencia no pudo
materializarse y allí apareció Matosas, un entrenador cuyo perfil es
diametralmente opuesto al de los últimos (Pellegrino, Milito, Vivas…inclusive
Nardi). Aquí hay un error mayúsculo de Veron que seguramente capitalizará en el
futuro: ya sea porque el entrenador trabajaba mucho menos de lo que este club
exige, ya sea porque no le dio el respaldo para desplazar del once titular a
algunos peces gordos o porque no puso un límite a la injerencia de algunos
integrantes del plantel en las decisiones estrictamente dirigenciales.
Alejandro Sabella dejó la
dirección técnica de Estudiantes de La Plata a comienzos de 2011 por razones
que nadie sabe, o pocos saben, muchos suponen, nadie confirma. Desde ese momento
hasta hoy, se ha producido un proceso de acumulación de poder en manos de un
grupo de jugadores que debe ser resuelto. Los logros obtenidos se deben
traducir en eterna gratitud, admiración, respeto, afecto pero no en poder para influir
cada vez más en la elección y el sostenimiento de los entrenadores. Sin lugar a
dudas, tienen derecho a dar su opinión, a aportar, desde su mirada, otra visión
de lo que pasa, de lo que el equipo necesita. Eso es una cosa y otra, muy
distinta, es mostrar una penosa actitud dentro de la cancha porque no les gusta
la cara del entrenador de turno. ¿Esto quiere decir que salieron a perder?
Definitivamente no. Esto quiere decir que están más pendientes de la elección
del dt de lo que deberían, que invierten energías en decisiones que no les competen, energías que dejan de tener a la hora de salir a jugar.
Un entrenador con mucha parla y
poco trabajo, que, sin respaldo dirigencial, saco del equipo al capitán y líder
del plantel. Un plantel que nunca quiso creerle al entrenador y cuando tuvo que
elegir, no lo eligió a él. Se juntaron el hambre y las ganas de comer. Matosas
hizo (o no hizo justamente) mucho para irse y los jugadores no tenían muchas
ganas de que se quede.
El nene se secó las lágrimas,
agarró a su papá de la mano y empezó a subir las escaleras con su ilusión hecha
trizas.
7 abrazos!
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